lunes, 3 de septiembre de 2012

Un viaje


No hace mucho dieron en la tele un documental sobre la memoria, sobre el olvido, sobre el infinito rumor de información que viene a nuestro encuentro a través del día. A veces es necesario cerrar los ojos sólo para dejar fuera una parte de la información. Es entonces, sólo entonces, cuando la noche empieza a apagarse, porque la noche tamibén está llena de imágenes, está llena de pantallas, está llena de luz. La noche es un mar en el que tiemblan los residuos del día: caras, ojos, los cuerpos de los atletas, los nombres de las guerras, de las hambrunas, de los presidentes de gobierno, de los narcotraficantes. La noche está llena de monstruos marinos, de mapas, de barcos, de incendios vistos por el ojo de un satélite, de planicies marcianas, de torres que se derrumban, de hombres armados, de ruinas y cadáveres entre las ruinas, de playas habitadas por personajes de Botero, el pintor de Medellín. Puede que cerremos los ojos para no verlos pero aparezcan aún como chispazos entre las olas. Resplandores, llamaradas, reverberaciones.
Tal vez las voces acaben con las imágenes, piensa el oyente, y busca una emisora en Internet. Encuentra, por azar, una radio alternativa que es una barcaza con una luz brillante en la proa, una luz terca, una luz que no duerme. Esta voz, esta luz, es la de un escritor que habla de un libro que leyó en la adolescencia, un libro de Jack London sobre la ciudad de Londres. Quiero leer ese libro, piensa el oyente mientras escucha la voz del escritor que habla sobre el escritor apellidado Londres que viajó a Londres hace más de un siglo.
Los juegos olímpicos de 2012 llegaban a su fin en la ciudad de Londres mientras el oyente se descargaba el libro y se iba al East End de 1902 con Jack London. El East End no era la cantera del trabajo, era el almacén del trabajo barato y el basurero de las sobras humanas. La cantera del trabajo era el campo inglés, de donde llegaban los trabajadores vigorosos, pero después de dos o tres generaciones en la ciudad con salarios de mera subsistencia, desnutrición crónica, hacinamiento y una higiene  (o falta de ella) espeluznante, se creaba una raza débil  que no conseguía siquiera subsistir. Los viejos que perdían a su familia, aunque hubiesen trabajado toda su vida, se encontraban mendigando en la calle. Los niños que perdían a su familia... Bueno, no es preciso decir nada. Todo el que no pudiera trabajar se veía mendigando en la calle o en situación peor, ya fuera en el East End o en Bilbao La Vieja.. La gente se compraba y se usaba y se deshechaba y se amontaban en cuartos infectos. El alcohol era un consuelo y una forma de acortar el camino.
Un siglo después, todo esto sigue sucediendo en alguna parte o en muchas, y la Europa que había erradicado esta forma brutal de capitalismo (al menos de su territorio) se encuentra en crisis. “Las poblaciones europeas deben aprender que, en este momento, solo de forma conjunta pueden afirmar su modelo de sociedad apoyado en un Estado social”, afirmaban hace poco Jurgen Habermas, Peter Bofinger y Julian Nida-Rümelin en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. El Estado social no es un lujo. No es buena señal tener que decir esto. El oyente sigue las señales. El oyente continúa su viaje. El mundo también.

Jack London's journey into the abyss



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